Toda vida está llena de cambios e inseguridad, y toda vida incluye pérdidas, sufrimiento y dificultades.
Cuando nos encontramos con momentos difíciles en nuestras vidas, a menudo nuestra estrategia inicial es simplemente huir. Pero descubrimos que nuestros problemas nos siguen. Paradójicamente, una de las mejores maneras de sanar es volverse hacia lo que está herido dentro de nosotros. Es importante recordar que el viaje de curación no siempre consiste en superar las dificultades que experimentamos o en ponerse bien, al menos no del todo. Todos tenemos la capacidad de sanar, pero tenemos que descubrir qué forma ha de adoptar esa sanación.
Una de las cosas más complicadas de los tiempos difíciles es que a menudo sentimos que los atravesamos solos. Pero no estamos solos. De hecho, tu propia vida sólo es posible gracias a las miles de generaciones que te precedieron, supervivientes que han llevado la lámpara de la humanidad a través de los tiempos difíciles de una generación a otra. Siéntete parte de la corriente de la humanidad que camina junta, encontrando formas de llevar la lámpara de la sabiduría y el coraje y la compasión a través de los tiempos difíciles.
Hace varios años estaba dando una charla sobre la compasión con Pema Chödrön en una gran sala de San Francisco llena de al menos 3.000 participantes. En un momento dado, una mujer joven se levantó y habló de la manera más cruda y dolorosa sobre el suicidio de su pareja varias semanas antes. Estaba experimentando una gama de emociones complejas, como el dolor agónico y la confusión, la culpa y la ira, la pérdida y el miedo. Pema hizo que lo sostuviera todo con compasión. Mientras la escuchaba, también podía sentir su soledad, así que pregunté al grupo cuando terminó: «¿Cuántos de vosotros en esta sala habéis experimentado el suicidio de alguien de vuestra familia, o de alguien realmente cercano a vosotros?». Más de 200 personas se pusieron en pie. Le pedí que mirara alrededor de la sala a los ojos de quienes habían pasado por una tragedia similar y habían sobrevivido. Mientras se miraban unos a otros, todos los presentes pudieron sentir la presencia de la verdadera compasión, como si estuviéramos en un gran templo. Todos sentimos el sufrimiento que forma parte de nuestra humanidad y del misterio que compartimos.
Si has perdido el dinero o la fe, cuando estás enfermo o un miembro de tu familia sufre una enfermedad o una adicción, incluso cuando un hijo está en peligro, no estás solo. Estás compartiendo el inevitable problema de la encarnación humana. En este mismo día, cientos de miles de personas también están lidiando con la pérdida de dinero, un nuevo diagnóstico, o sosteniendo a su hijo enfermo. Respira con ellos y sostén su dolor conscientemente con el tuyo, compartiendo en tu corazón un espíritu de coraje y compasión. Durante miles de generaciones, los seres humanos hemos sobrevivido a tiempos difíciles. Sabemos cómo hacerlo. Y cuando sentimos nuestra conexión, nos ayudamos mutuamente.
Dos mujeres de pueblos cercanos del norte de Canadá se vieron obligadas a aventurarse en una feroz noche de invierno. Una llevaba a su hija embarazada al hospital; la otra conducía para cuidar a su padre enfermo. Recorrieron la misma carretera en direcciones opuestas, a través de vientos huracanados y de la nieve que caía. De repente, cada una se detuvo en lados opuestos de un enorme árbol caído que bloqueaba la carretera. Sólo tardaron unos minutos en compartir sus historias, intercambiar las llaves del coche y partir en el coche de la otra para completar su viaje.
Cuando te abres más allá del yo, te das cuenta de que los demás forman parte de tu gran familia. Sylvia Boorstein, colega y poseedora de sabiduría, cuenta que en las sinagogas judías hay un servicio conmemorativo anual para los supervivientes de familiares cuya fecha de fallecimiento se desconoce, hombres y mujeres que murieron en el Holocausto o están enterrados en tumbas desconocidas. Muchas personas se ponen de pie para rezar el Kaddish de los dolientes. En el templo en este día, Sylvia escribe: «Miré a la gente que estaba de pie y pensé: ‘¿Pueden todas estas personas ser supervivientes directos? Entonces me di cuenta de que todos lo somos, y me puse de pie también».
«No estamos separados, somos interdependientes», declaró Buda. Incluso el ser humano más independiente fue una vez un bebé indefenso cuidado por otros. Con cada respiración, interrespiramos dióxido de carbono y oxígeno con el arce y el roble, el cornejo y la secuoya de nuestra biosfera. Nuestra alimentación diaria nos une a los ritmos de las abejas, las orugas y los rizomas; conecta nuestro cuerpo con la danza colaborativa de innumerables especies de plantas y animales.
Nada está separado. Si no comprendemos esto, nos dividimos entre el cuidado de nosotros mismos o el cuidado de los problemas del mundo. «Me levanto por la mañana», escribió el ensayista E. B. White, «dividido entre el deseo de salvar el mundo y la inclinación a saborearlo». Una psicología de la interdependencia ayuda a resolver este dilema. A través de la conciencia amorosa de la atención plena y la meditación, descubrimos que la dualidad de lo interno y lo externo es falsa. Podemos albergar toda la belleza y el dolor de la vida en nuestro corazón y respirar juntos con valor y compasión.
Extracto del libro Una lámpara en la oscuridad.