Cuando tenía 8 o 9 años jugaba fútbol fuera de mi casa durante horas, llegaba el anochecer y solo un llamado a comer algo y volver a casa me hacía concluir mi juego. Mientras jugaba disfrutaba plenamente el juego, me sentía sumergido en la experiencia y no estaba preocupado de lo que vendría al minuto siguiente,
¿Quizás en tu historia has tenido alguna experiencia parecida en relación a la vivencia del tiempo?
Si recordamos cuando éramos niños, seguramente volveremos a hacer presente la importancia que tenía el juego y el disfrute, cuando nos sentíamos sumergidos en una actividad, teníamos una percepción distinta del tiempo.
Cuando éramos niños y estábamos jugando, el tiempo del reloj no existía y se abría una dimensión en donde se desplegaba una sensación de vitalidad, plenitud y entrega, el tiempo parecía eterno y nosotros nos sentíamos fluyendo con cada cosa que fuera ocurriendo. En el juego no había plazos ni metas que cumplir, lo más importante parecía ser el estar disfrutando de cada momento. La vida se presentaba como llena de posibilidades y rara vez algo era interpretado como sin sentido o rutinario, de seguro la misma palabra rutina la aprendimos ya siendo adultos. Cuando niños si algo del juego era considerado aburrido, simplemente lo dejábamos de hacer y comenzábamos una nueva actividad.
«mientras crecemos vamos aprendiendo una manera diferente de relacionarnos con el mundo»
Al ir creciendo, lamentablemente la mayoría de nosotros vamos dejando de lado esta capacidad de asombro y disfrute, mientras crecemos vamos aprendiendo una manera diferente de relacionarnos con el mundo y con nosotros mismos, aprendemos el modo del Deber Ser. Apareció de pronto la necesidad de asegurarnos, de cumplir objetivos y metas, y surgió también con mayor claridad la lógica de la utilidad y la ganancia.
Por supuesto, en la vida adulta es necesario planificar y definir propósitos. Sin embargo, puede ocurrir que esta manera de ser termine ocupando todo nuestro espacio y tiempo, y nos resulte difícil volver a sumergirnos en la experiencia del juego, tal como lo hacíamos cuando éramos niños, estando plenamente presentes y disfrutando de cada actividad.
Un excesivo énfasis en vivir en pos de los resultados hace que el proceso vaya perdiendo relevancia, y con ello la vida cotidiana corre el riesgo de ser juzgada como aburrida. “Lo que ocurre es que aquí no pasa nada nuevo, ¡Que aburrido!” podría afirmar alguien que desconoce el valor del momento presente por estar a la espera de algo nuevo, más interesante por venir, así la vida cotidiana se va transformando en un mero medio para alcanzar un estado deseado que vendrán, y que quizás nunca llegue.
La práctica de mindfulness nos invita a traer una y otra vez nuestra presencia al momento presente e ir cultivando una mirada de principiante ante todo lo que nos ocurre, reconociendo el modo en que estamos contactándonos con las siempre cambiantes sensaciones, emociones y percepciones del mundo que nos rodea.
«Invitación a contemplar todo como si fuese la primera vez que ocurre, y es que, cada vez es, en verdad, la primera vez.»
La práctica de mindfulness, entendida como la práctica de estar plenamente presentes, es una continua invitación a retornar y habitar la propia experiencia curiosa y corporizadamente, a contemplar todo como si fuese la primera vez que ocurre, y es que, cada vez es, en verdad, la primera vez.
Aunque haya visto decenas de veces las puestas de sol, ninguna es igual a otra, cada una en su cualidad y momento es nueva. Estar vivos y volver nuestra atención a aquello que está ocurriendo es volver a conectar con el milagro de la vida que está transcurriendo justo en este momento.
Por supuesto, no basta con leer sobre mindfulness ni escuchar o hablar del tema, la práctica es insustituible, podemos decir que solo la práctica sustituye a la práctica. Practicar la presencia plena no es un acto intelectual o puramente reflexivo, es una invitación a involucrarnos íntimamente en nuestra experiencia, relacionándonos directamente con todo aquello que nos rodea, optando por hacerlo desde la apertura y la curiosidad.
La vida cotidiana y el modo en que nos relacionamos con el momento presente es el terreno en que se pone a prueba nuestra capacidad de vivir más despiertos. Es claro que las prácticas intensivas (retiros o jornadas) son especialmente importantes para incrementar nuestra capacidad de estar presentes, sin embargo, el terreno donde todo se pone en juego es en la vida cotidiana, en cada paso que damos.
«la práctica se da en el mundo de la vida»
Poco a poco, día tras día, podemos ir cultivando una mente y un corazón más presente, abierto y compasivo, y para esto no basta con leer un libro o participar en una jornada, que pueden ser un buen primer paso, sin embargo, la práctica se da en el mundo de la vida: cuando nos levantamos por la mañana, cuando lavamos los platos, cuando cocinamos, cuando nos vemos enfrentados a lo que nos gusta y a lo que nos disgusta, cuando nos relacionamos con nuestros hijos, pareja, amigos, compañeros de trabajo, jefes, etc.
Todo, absolutamente todo en nuestra vida es una invitación que nos interpela. Por supuesto, no se trata de ser perfectos, sino más bien de reconocer que cada instante trae consigo un llamado y podemos elegir desconectarnos y desinvolucrarnos del momento o podemos elegir estar ahí presentes, viviendo lo que sea que esté ocurriendo.
Huir o desconocer la importancia de lo que ocurre en el momento presente siempre es una alternativa, sin embargo, elegir estar presentes dignamente con nuestra experiencia, sea cual sea esta, es acto de coraje.
Invitación a la práctica
Pausa de presencia para la vida cotidiana
Durante esta semana te invito a que, al menos una vez en la semana puedas hacer una pausa de unos minutos y buscar estar presente en tu vida cotidiana. No tiene que ser una práctica extensa, podría ser algo sencillo como caminar, lavarte los dientes, tomar una ducha o quizás al comer algo.
Donde sea que te encuentres puedes prestar atención al modo en que estás presente en tu cotidianidad, algunas preguntas que podrían contribuir a estar plenamente presente son:
- ¿Qué me está ocurriendo en este momento? ¿Cuáles son las sensaciones, emociones y pensamientos que están emergiendo?
- ¿Qué está ocurriendo a mi alrededor? ¿Qué veo, escucho, percibo de mi entorno?
- ¿Podría mantener mi serenidad por unos instantes, observando a mi alrededor?
- ¿Podría ser la respiración una especie de ancla que me ayude a no perderme y distanciarme del momento?
Te invito a que durante esta semana puedas simplemente observar y habitar con gentileza tu experiencia. Independientemente de si las circunstancias te son favorables o desfavorables, con emociones agradables, desagradables o neutras, puedes cultivar la actitud de permanecer ahí, con lo que sea que esté ocurriendo.
¡Que tengas una buena práctica!
Publicado con el permiso del autor.
Araya Véliz, Claudio Antonio. «Humanidad Compartida«. © Editorial Desclée de Brouwer, S.A. 2019
ISBN: 978-84-330-2893-8 Depósito Legal: BI-1886-2016