Practicar Mindfulness o Meditación en un contexto agradable es algo sencillo de realizar y experimentar. Cuando nuestra práctica es formal, programada, con ubicación y material organizado, etc, se hace notablemente más fácil mantener la conciencia activa sobre el funcionamiento de nuestra atención; seguirla a donde se enfoca segundo a segundo de una manera consciente, activa y alerta, con actitud compasiva y amable. Y cuando llegan las distracciones o el estancamiento mental en algo que no se corresponde con la realidad presente, detectarlo, reconocerlo y amorosamente devolver el foco de la atención a lo real que estamos viviendo.
Quizá sea así porque la previsión y la planificación temporal nos dan una falsa ilusión de control sobre la actividad que realizamos, permitiendo a nuestro compuesto biopsicoemocional permanecer amable y conscientemente en una actitud interior de serenidad mientras la desarrollamos. Esto es lo que sucede en nuestras prácticas formales, sean individuales o grupales, de un modo privado o público, teniendo en cuenta que no hay buenas y malas prácticas, sino un “continuum” en nuestro entrenamiento de cara a permanecer atentos y conscientes en el presente.
¿Pero qué ocurre cuando día a día el presente nos aborda por la espalda, cuando teníamos hechos unos planes y de repente nos arrastra la fuerza de la realidad, o cuando nuestras expectativas racionales y razonables se ven frustradas por un giro inesperado de los acontecimientos? En ese momento de precipicio, vemos derrumbarse nuestras planificaciones y podemos sentir el vértigo de la incertidumbre, sumada a nuestros propios y personales temores ante la realidad que se nos impone por sorpresa.
Lo mismo nos sucede cuando de una manera forzosa y constante nos encontramos inmersos en una realidad no deseada: resulta difícil permanecer amablemente en un presente no deseado, sobre todo cuando hay un fantasma en nuestras mentes de que otra realidad mejor es posible. Como siempre, lo mejor es enemigo de lo bueno, y esto repercute en que en nuestro día a día las expectativas que tenemos de una vida mejor se contrapongan de pleno con la realidad concreta que nos encontramos al salir al mundo.
¿Qué hacer en esta situación?
Lo primero, abrir los sentidos y sentir. No hay ninguna situación actual en la que nos veamos privados de nuestra autoconciencia. Ninguna realidad social, familiar o personal nos impide enfocar nuestra atención en lo que nosotros mismos decidamos. La atención es siempre un músculo que se puede mover a voluntad de la consciencia. De modo que es posible enfocarnos en la parte de la realidad que nosotros mismos elijamos. No se trata de negacionismo, sino de enfocar la atención y el pensamiento en lo que nos permite crecer, dejando a un lado la parte que nos disgusta de la situación presente. Y todas las situaciones difíciles tienen siempre una isla de paz en la que poder tomar tierra, en medio de ese mar de adversidades. Sólo es cuestión de sentir y enfocar nuestra atención en ella.
En segundo lugar, decir «sí» a lo real. El rechazo sólo genera inestabilidad interna, tensión externa y actitud conflictiva en nuestras relaciones sociales. Focalizarnos en el problema genera un caldo de cultivo fabuloso para la discusión, la búsqueda de más problemas añadidos y en general, para la frustración, tensión y ansiedad. Reconocer que la realidad es como es, y que en ocasiones no hay poder en nuestra mano para cambiarla es un primer paso.
Valorar nuevas líneas de acción en función de las posibilidades permitidas en cada caso y finalmente, agradecer tanto lo que sí nos es posible realizar, como el aprendizaje implícito en el problema inicial, es lo que nos impulsará a dar el salto psicoemocional a la aceptación de esa realidad, tal cual es, sin juicios ni expectativas de cambio.
Esta manera de proceder es válida tanto con las situaciones vitales como con las personas: sólo cuando generamos un espacio en nuestro corazón para que las personas, situaciones o cosas sean tal como son, es cuando se produce la despresurización que puede permitir que, en caso de llegar a ser necesario, se dé el cambio. Ninguna persona ni situación va a cambiar a una modalidad más estable o más acorde a nuestro gusto si el motor del cambio es nuestra crítica o un menosprecio de su realidad. La aceptación es la única fuente de posibilidades de mejora y estabilización tanto a nivel personal como social.
Cuando, en medio de una situación adversa, inesperada o desagradable, aprendemos a permanecer en ella de una forma bondadosa y compasiva con nosotros mismos y con dicha realidad tal cual es, desarrollamos en nosotros capacidad de resiliencia, flexibilidad, paciencia, compasión y habilidades sociales y emocionales, entre otras. Así, lo que hacemos a pequeña escala en nuestras prácticas habituales, es decir, permanecer atentos, amables y compasivos con el flujo de nuestra atención y nuestra mente, permanecer sin juicio ni preferencia respecto a nuestro estado emocional o permanecer serenos y estáticos en lo físico, nos entrena para desarrollar esta actitud de permanencia también en medio de las situaciones y personas difíciles que nos encontramos a nuestro paso día a día.
Practicar supone permanecer. Permanecer cuando todo es agradable y fluido, experimentando el deleite y el placer de que así sea. Permanecer experimentando también el intento de nuestro ego en apegarse a ello y mantenerlo o repetirlo en sucesivas prácticas. Y también permanecer cuando durante la práctica surgen sensaciones, emociones y pensamientos no deseados, de modo que podamos ver cómo surgen en nosotros, qué alcance y fuerza poseen, y cómo nuestra atención y consciencia mantienen la pauta y la habilidad de reenfocarse en lo presente.
Esta práctica, aparentemente inocua, es la que desarrolla silenciosamente en nosotros la habilidad de permanecer, también en medio de la incertidumbre social que nos rodea, de una manera compasiva pero real; asintiendo a los hechos de una forma a la vez responsable y transformadora; generando en nosotros, como decía Gandhi, el cambio que queremos ver en el mundo.